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El grado académico como un medio y no un fin

Inés Vega | 30.06.2018

El grado académico como un medio y no un fin

Terminar una carrera suena como el fin de un gran ciclo que comenzó desde nuestra niñez, a través de la enseñanza escolar. Sin embargo, como músico, me atrevo a decir que no es un cierre ni algo similar, es más bien el haber cumplido aquellos estándares que finalmente confirman nuestras habilidades profesionales, ya que el ejercer como músico suele no tener un origen del todo claro ni un final concreto, estaremos por siempre aprendiendo y mejorando. Además, tenemos la particularidad, en comparación a algunas profesiones, de que recibir la denominación “músico” es más profundo que el papel que lo acredite y de la práctica instrumental o vocal, hay quienes han cursado estudios y quienes jamás han puesto un pie en un conservatorio, pero son igualmente respetados.

No recuerdo cuándo fue mi primera clase de piano, ni tampoco la primera vez que mis padres me llevaron a mi primera excursión en el canto con el Coro de Niños de la Universidad de Talca. Tengo el vívido recuerdo de mi primera clase de violín a mis 7 años, porque realmente quería aprender ese instrumento. Sé que en algún momento era capaz de leer música con facilidad e incluso le hice pasar muchas molestias a mi madre, como profesora de teoría y solfeo en el Conservatorio, ya que no solía asistir a clases, pero sí me presentaba descaradamente a dar los exámenes finales y pude aprobarlos de alguna manera.

Durante todos mis años estudiando violín en mi ciudad natal, gracias a la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile (FOJI), tuve variadas instancias y oportunidades para conocer a colegas y profesores violinistas, lo que ayudó a abrir de a poco mis horizontes. En plena adolescencia, acompañada de mi padre cada sábado por medio durante dos años en la capital, pude tener clases particulares con Álvaro Parra; asistí a un seminario de violín en Venezuela; y fui miembro de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil por 3 años. No sabría decir si es lamentable o no, pero con oportunidades tan geniales, crecí con una idea errónea sobre mí, de que tenía muchísimas cualidades, por lo tanto, estaba en una burbuja. En cuarto medio, sin profesor de violín en aquel año, ya tenía decidido querer estudiar en Santiago, quería cursar estudios formales para luego trabajar en alguna de las orquestas profesionales de nuestro país. Vivir en aquella ciudad fue mi primer choque con la realidad musical.

Mi intención principal de venirme a estudiar a Alemania fue tener más herramientas para poder disfrutar de lo que hago.

Una vez que inicié mis estudios como Intérprete Superior en violín en el Instituto de Música UC (IMUC) a mis 18 años, veía el día de mi examen de titulación muy lejano, casi imposible, con expectativas de ser una gran violinista. De hecho, no sabía cómo lo lograría y ni siquiera sospechaba de que sería casi 9 años más tarde, a más de 12.000 kilómetros de mis tierras. En ese entonces, tampoco creía en la posibilidad de perfeccionarme en el extranjero, no conocía prácticamente a ningún profesor en Europa, y aunque muchos hablaban de Alemania como el lugar indicado, el idioma me intimidaba al punto de querer evitar a toda costa aquel sueño. No soy una creyente de las coincidencias, pero por un colega logré contactarme con un profesor de violín, académico en Berlín, quien había visitado unos años antes el IMUC y con quien tuve una clase en mi adolescencia. Paralelamente la FOJI abría por primera vez la Beca “Fernando Rosas”, que tenía como objetivo ayudar a costear gastos para viajar a estudiar al extranjero, a la que sin duda postulé para poder concretar aquel bosquejo de plan. No tenía idea a lo que me estaba enfrentando ni cuáles serían los resultados, me limité a soñar y se hizo realidad.

Así fue como con 20 años conocí Alemania, boquiabierta por la cantidad de actividades culturales, poder ver a los artistas que me inspiraban. Me recuerdo con lágrimas escuchando un cuarteto de Beethoven por “Artemis Quartett”. Mentiría si digo que no sufrí, sentir que todo lo aprendido en el violín durante tantos años, había sido en vano. En un principio, sólo quería impregnarme de conocimientos y probar qué podría suceder si quisiera estudiar en alguna escuela superior, sin embargo, luego de ver que existe un abanico de posibilidades que esperan ser descubiertas, y que el músico es respetado por el común de las personas, postulé por primera vez a una escuela en Alemania, no obstante, no tuve el resultado deseado. Regresé a Santiago para continuar mi tercer año en la Universidad, pero con más ganas de volver a intentarlo, convencida de que o era Alemania o me dedicaría a otra cosa. El respaldo incondicional de mis padres, familia y amigos me ha dado la fuerza para seguir adelante en todas estas aventuras.

Lo volví a intentar un año más tarde. Me atreví con todo lo que significaría dejar: abandonar definitivamente mis estudios en Chile, mi familia, un gasto de dinero considerable y el qué dirán si las cosas no resultan, que aunque no lo queramos reconocer, a muchos nos complica. Aquella vez postulé a cuatro escuelas superiores, siendo Lübeck la ciudad que más me interesaba, por el renombre de la escuela y la profesora de violín, Sophie Heinrich, con quien podría estudiar. Finalmente logré esta meta, sin pensar en los obstáculos que traería, como aprender el idioma y encontrar la forma de financiar los estudios.

Mi intención principal al venirme a estudiar a Alemania era tener más herramientas para poder disfrutar de lo que hago, “tocar mejor”, que “suene bonito”, un nuevo entendimiento del instrumento y con esto, en algún momento de mi vida, regresar para aportar en tantas cosas que critiqué de nuestro país. Así fue como inicié el Bachelor o pregrado que en Alemania consta de cuatro años, un largo período para “reaprender”, adquirir e integrar conocimientos y además en otro idioma. Bajo mi experiencia, fueron los años más duros de mi vida. Con la influencia de mis pares, la competencia inconsciente y mis progresos, mi opinión fue modificándose con el paso de los semestres, fui aspirando a más, pensaba en que quizás podría hacer una práctica orquestal en una orquesta profesional o participar en algún concurso, tal vez quedarme en este país, pero había algo en mi forma de tocar que ya no me gustaba, no había conexión con la música, no importaba cuánto tiempo dedicaba al instrumento, no estaba dando frutos y me consumía en la amargura y frustración. Definitivamente no quería terminar mi carrera con aquella inseguridad y la duda de que pude haber hecho algo al respecto. Pese a estar recibiendo una formación instrumental de alto nivel y encontrarme en mi penúltimo semestre de estudios, decidí arriesgarme con la drástica decisión de cambiar de profesor en mi asignatura principal, violín. Esta idea conllevaba no sólo a que otra persona me diera su punto de vista e ideas musicales, sino que un cambio a una manera totalmente desconocida de tocar e incluso que consideraba, bajo mi ignorancia, incómoda. Mi profesor, Carlos Johnson, también tenía grandes dudas sobre cuánto podría ayudarme a dar un buen examen final, como también prepararme para la vida laboral. De todas maneras, ambos aceptamos este desafío. Extendí mis estudios por un año y medio, con la intención de concretar estos planes. Nuevamente se veía todo muy lejano y mis expectativas de ser una gran violinista se esfumaban. Sin embargo, esta importante decisión, puedo decir con firmeza, fue una de las mejores que he tomado en mi vida. Como un punto que marcó una nueva línea de tiempo, comencé este nuevo proceso, que aún no concluye.

Con menos de 18 meses para finalizar mis estudios, logré cambiar gran parte de la técnica y prepararme para el examen final, que consiste en un recital público de 45 minutos, abarcando al menos tres obras de diversos períodos. A diferencia de nuestro país, que realiza evaluaciones cada semestre, en Lübeck sólo se dan tres exámenes de instrumento durante la carrera: como finalización del primer y segundo año respectivamente y luego el Recital público junto al coloquio o examen cerrado con comisión, en el que se presentan dos conciertos, uno clásico, uno romántico y doce extractos de orquesta (sólo seis son elegidos y escuchados por la comisión). El hecho de sólo tener 3 exámenes de instrumento durante toda la carrera, me hace pensar que la escuela está consciente de la dificultad y lentitud del proceso “tocar”, lo que puede ser una gran ventaja a la hora de demostrar lo aprendido en este último examen. Pero hay algo más en el proceso de preparación de las obras escogidas para este acontecimiento, el gran tabú del mundo musical, el pánico escénico, o como yo lo veo: las ganas de salir corriendo. Admiro a todas esas personas que son capaces de intercambiar el miedo por la ansiedad de querer expresarse en los momentos cruciales, que son el pan de cada día para sobrevivir, tales como una audición para puesto fijo en una orquesta, el examen de admisión para el pregrado o magíster, la primera ronda de un concurso, etc. Y no es que yo no disfrute de lo que hago, no obstante, ciertas situaciones crean inseguridades a lo largo de nuestras vidas y lamentablemente no sabemos si a la hora de algo importante, podremos sobrellevarlo tranquilamente. Creo que lo más importante en esta fase, es crear una estrategia contra la adversidad interna o psicológica que se presente. Para ganar un puesto en una orquesta profesional, el músico debe pasar por el temido Probespiel o audición de tres etapas bajo cortina, en la que toda la orquesta está presente y vota, por lo tanto, será necesario pasar por esa primera ronda la cantidad de veces necesarias para madurar y fortalecer aquel concierto clásico exigido, continuar con el concierto romántico y finalizar con los extractos de orquesta solicitados. Para los exámenes de egreso, mi profesor tiene la convicción de que la mejor manera de superarse, es tocar el repertorio una y otra vez para nuestros compañeros de clase, de la forma más seria posible y sin ensayos previos, con esto, cumplir con el primer requisito de cualquier artista en un escenario: no hay una segunda oportunidad.

Terminé mi carrera en febrero de este año exitosamente. Claro, siempre puede ser mejor. Aquel proceso de preparación fue agotador y después de la última obra que interpreté, me sentí en shock. Se me venía a la mente un “¿y ahora qué?, mañana tengo que seguir estudiando de todas formas”. No se sentía nada en especial, y aún no sé cómo lo hice después de todo, no sé si soy una gran violinista tampoco pero se siente bien poder decir en cualquier trámite burocrático que esta es mi profesión. El camino continúa, con el Bachelor finalizado se aproximan nuevas aventuras. No tengo claro dónde estaré en cinco años más, sólo sé que será con mi violín. Actualmente estoy esperando los resultados para continuar un magíster, ojalá en Lübeck.

Inés Vega es una violinista chilena residente en Alemania, donde finalizó sus estudios de violín (Bachelor of Music) bajo la tutela de Carlos Johnson en la Musikhochschule de Lübeck. Sus inicios fueron en la Escuela de Música de la Universidad de Talca. Fue becada por la FOJI y el Consejo Nacional de la Cultura para estudios en el extranjero. Ha participado en clases magistrales con Marc Danel, Mayumi Seiler, Thomas Brandis, entre otros. Es academista durante la temporada 2017/2018 en la Orquesta Filarmónica de Lübeck. Se desempeña como primer violín del cuarteto Latin Strings, ensmable becado por la asociación “Live Music Now” de Hamburgo.